viernes, marzo 25, 2011

La evaluación educativa: hacia una mirada más profunda...

Autora: Marisol Aguilar Mier
Publicado: La Primera de Puebla, 17 de marzo de 2011

     El tema de la evaluación resulta central para cualquier institución educativa preocupada por la calidad académica y la pertinencia de la formación que ofrece. No obstante, esta función tan en boga hoy en día, suscita múltiples interrogantes que generan un debate constante a su alrededor.
     De esta manera, el polémico tema de la evaluación tiene efectos distintos y en ocasiones contrarios, según el actor que la mire. Es decir, no es ni implica lo mismo para los profesores que para los estudiantes, para los padres de familia, para los directivos de una institución educativa o para los organismos que acreditan la calidad de las mismas. No obstante, sea cual sea el proceso a evaluar y sea quien sea el sujeto evaluado, es preciso comprender a esta función de manera amplia y compleja y no como un simple instrumento, trámite o formato que se añade como un “adorno” al resto de tareas académicas con el afán único de cumplir con lo solicitado, teniendo poca o ninguna relación con lo que en realidad sucede. Dicho de otra manera, si la evaluación no tiene como finalidad la mejora continua de los procesos y desempeños carece de sentido, siendo incluso más nociva que útil pues tenderá a generar vicios y malas prácticas en los actores involucrados, especialmente, cuando ésta se desarrolla en un clima de control y amenaza, y cuando se emplea exclusivamente con fines de control y calificación.
     Por lo tanto, para que los procesos de evaluación permeen en las instituciones educativas y abonen sus funciones con un componente de mejora, es necesario crear una serie de condiciones que la hagan propicia, un clima en donde pueda prosperar entendiendo que en ella subyace un conjunto de valores, creencias, expectativas y relaciones entre los actores participantes. Lo anterior implica lo que podríamos denominar como cultura de la evaluación.
     Por ello, las nuevas tendencias superan la visión exclusivamente técnica y cuantitativa de la evaluación para poner la mirada en otras cuestiones más de fondo y, sin ignorar toda la problemática que envuelve a este tipo de función, buscan abarcarla desde una perspectiva más compleja. De esta manera, se apuesta hoy en día por una evaluación con sentido formativo la cual coloca al propio sujeto como protagonista y no como simple receptor, al suponer una reflexión planificada y sistemática de su quehacer, a través de procesos de análisis crítico sobre las propias creencias y prácticas para su mejora permanente. Del mismo modo, se busca una evaluación participativa, que rompa con la relación de poder que se suscita entre los evaluados y los evaluadores para lograr contemplar a los actores involucrados en su diseño y operación tomando en cuenta las percepciones sobre su trabajo y sobre los propios procesos evaluativos. Aunado a lo anterior, se busca también una evaluación comprensiva que ayude a entender lo que una práctica o función tiene de positivo o negativo con el propósito de identificar las causas tanto de lo primero como de lo segundo y trabajar más en los procesos para lograr los resultados esperados. Desde esta perspectiva, también se debe apuntalar hacia una evaluación contextualizada puesto que ninguna práctica o proceso es neutro ni está aislado, así que debe tomarse en cuenta el marco normativo y las condiciones institucionales en que opera. Y en este mismo orden de ideas, otro atributo de vital importancia consiste en que la evaluación pueda ser a) integral: porque se abre a la participación de distintas fuentes de información provenientes de múltiples actores a través de métodos variados, b) integrada: porque no se le concibe como un añadido yuxtapuesto al final de un proceso sino como una ejercicio continuo, sistemático y permanente y c) integradora: porque brinda la posibilidad de construir un conocimiento global de carácter retroalimentador que contribuya a la mejora de los procesos.
     Bajo estas miradas cabría preguntarse entonces ¿qué noción subyace en la manera en la que se evalúa el aprendizaje en las escuelas? ¿Cómo y para qué se evalúa el desempeño de los profesores? ¿Cómo se determina la calidad de una institución educativa? ¿Cómo se identifica la pertinencia de los cursos que se ofrecen? ¿Podemos hablar realmente de una cultura de la evaluación o más bien encontramos prácticas enviciadas, contradictorias o de simulación? Si esto es así ¿qué efectos tiene este tipo de evaluación sobre los procesos de enseñanza-aprendizaje y sobre la formación de las personas? Ir respondiendo a estas interrogantes nos permitirá, sin duda, avanzar hacia procesos evaluativos más pertinentes, ricos e integrales.





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