viernes, marzo 18, 2011

No tan rápida, pero muy furiosa

Autora: Celine Armenta.datos del autor haz clikc aquí
Publicado: Puebla on Line, 14 de marzo de 2011

La manipulación mediática es eficaz y cotidiana; permea  nuestras reticencias  y nos seduce,  nos envuelve, nos aísla, nos vence. Como virulento invasor se reproduce en nosotros, nos utiliza como sus incubadoras, sus propaladores, sus protectores y perpetuadores. Seguramente por ello cuesta tanto descubrir sus artimañas: estamos tan llenos de sus distorsiones y penumbras —de sus falsas verdades simplistas y únicas, repetidas hasta el agotamiento por distintas voces pero con idénticos contenidos—, que apenas y extrañamos las posibilidades de la complejidad, las inquietantes caras múltiples de las verdades, la pasión de disentir, la necesidad de examinar personalmente las versiones y la dolorosa responsabilidad de decidir lo que nos guíe en nuestras creencias y decisiones.
     Tan solo en los días pasados me he encontrado con suficientes evidencias de mi propia vulnerabilidad ante informaciones unidimensionales, planas, escuetas y por eso mismo, engañosas, falaces, mentirosas.
     Tardé días en cuestionar la ira colectiva contra los malos vecinos del norte, alimentada por la generalidad de los medios. No me fue fácil examinar mi enojo y la posibilidad de zafarme de las condenas hacia la Agencia de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos por haber ideado la operación Rápido y Furioso. ¿Había algo que hacer, además de fruncir el ceño al unísono con el resto del mundo, contra el burdo intervencionismo norteamericano? Lo confieso: tardé en mover mi enojo hacia quienes realmente lo merecen: las autoridades y empleados aduanales de mi país, corruptos, ineptos, coludidos con el crimen organizado e incapaces de cuidarnos  a quienes les pagamos para ello.
Deberíamos combatir el ingreso de armas de asalto a territorio nacional. No pienso que sea algo simple. Ingresan arsenales burlando todos los puestos de control aduanal; pero al parecer, las armas de Rápido y Furioso ingresaron en complicidad con tales puestos. De manera que quienes deben cuidarnos blindando las fronteras nacionales, hacen exactamente lo contrario. Los malos del cuento no son quienes así eran descritos por los medios, sino estos otros, mis paisanos; ellos merecen mi ira, mi condena, mi rencor. Contra ellos estoy muy, muy furiosa; porque son culpables de que miles de armas estén matando a hombres, mujeres, adolescentes y niños, civiles y policías, relacionados con el tráfico de drogas o no; pero todos paisanos, vecinos, hermanos.
     Y este no fue el último caso en que sufrí para llegar a cuestionar. Sé que nada nos releva de la responsabilidad de cuestionar lo que oímos, pero la voz de los medios es tan reiterativa, tan uniforme y tan  intensa, que nulifica o al menos narcotiza mi sentido básico de cuestionar lo que reciben mis sentidos, sopesar su veracidad, dudar; y al fin, creer en lo que ha sobrevivido al tamiz de mi escepticismo, mi juicio, mi experiencia.
     Lo comprobé cuando los micrófonos y la prensa escrita nos bombardearon con la supuesta información sobre la lucha de titanes entre el duopolio televisivo —Azcárraga-Salinas— y Carlos Slim. Los medios parecían querer mostrarse justos, neutrales ante el pleito; por ello condenaban a ambos contrincantes por ser igualmente ambiciosos.
     Tardé también en comprender que de cara a nosotros, los consumidores mexicanos, la maldad de las televisoras es imperdonable; he ahí la diferencia. Ambos abusan en sus prácticas monopólicas, en sus ambiciones, en su sed de poder. Pero solo las televisoras tienen declarada la guerra contra nuestra libertad de juicio; solo ellas se han empeñado en usar su  púlpito electrónico para distorsionar la información, sembrar verdades parciales y mentiras totales, para infundirnos miedo, satanizar a personas y movimientos, lavarnos el cerebro y, además, crear estereotipos, perpetuar y exacerbar la discriminación, la opresión, la exclusión.
     Las televisoras son fuente de misoginia y homofobia; nos bombardean día y noche con imágenes distorsionadas de nosotros mismos. Predican el rechazo a las diferencias y el culto irrestricto a quienes detentan el poder y, por si fuera poco, promueven el conformismo y la resignación.
     Las televisoras se han erigido en conciencia de la nación; sus señales abiertas hacen alarde de baja calidad, muy escasa inteligencia y una ausencia total de pudor para distorsionar burdamente la información y así ganar adeptos hacia las causas y personas que ellos eligen.
     Esto es, con mucho, más condenable que querer enriquecerse a nuestra costa.
En fin: no he hallado la manera de desenmascarar con rapidez los engaños; pero lo que si logro al final es estar furiosa; justa y dignamente furiosa.


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