martes, marzo 13, 2012

Ayudar sin intervenir no es lo mismo que intervenir sin ayudar


Autora: Betzabé Vancini Romero
Publicado: La Primera de Puebla, 07 de marzo de 2012

     Durante muchos años, el modelo gubernamental de intervención en zonas de alta marginación ha sido absolutamente paternalista, es decir, el gobierno, a través de sus distintas secretarías e instituciones, aparece como el padre dadivoso que cuida de sus hijos más pequeños y desprotegidos, que les provee de lo mínimo indispensable, sin embargo, no les da herramientas para ser independientes. Esto puede verse en las clásicas intervenciones de programas de antaño donde se entregaba la comida en cantidad indispensable y con algunos otros programas ?que perduran hasta nuestros días- de dar un subsidio mensual bajo diversos conceptos a familias y comunidades. Hace algunos años me encontraba trabajando en varios proyectos productivos en la Sierra Nororiental del Estado de Puebla y fue ahí que un día, mientras acompañaba a unas mujeres nahuas en sus labores cotidianas entendí que no se puede ayudar, sin comprender a profundidad los tiempos, ritmos, procesos y costumbres, así como su adecuada jerarquía, dentro de cualquier comunidad o grupo social. Estas mujeres, muy admirables por cierto, eran artesanas, bordadoras y tejedoras de telar de cintura, que a lo largo de los años y con mucho empeño lograron pasar de ser las ?tejedoras en flor? que se sentaban en el parque a enseñar el oficio a las más jóvenes, a crear su propia marca que agrupa una asombrosa línea de blancos: Chiuanime. Estas mujeres, particularmente Cecilia Ávila, la líder del grupo, me enseñaron que de nada sirve llegar e intervenir en la comunidad sino se acopla y se acompasa uno primero con los ritmos, con las costumbres y lo más importante: con los significados.
      La forma de trabajar con ellas se volvió entonces, un proceso primero de acoplamiento, de sumarme a la comunidad y a los procesos de estas mujeres que tenían muy claro su objetivo en la vida y la forma de conseguirlo: trabajando. Ellas no pedían que se les regalara nada, ni bonos, ni despensas ni nada; pedían un precio justo y un lugar dónde distribuir lo que entre todas fabricaban y confeccionaban. Comprendí entonces que ayudar para ellas era tener en mí dos manos más, una voz más y un puente con otros modos de vivir que ellas no conocían y en los que realmente tampoco estaban muy interesadas. No faltó en aquellos entonces la persona, grupo, organización o empresario que quisiera intervenir y que les hablara de automatizar sus procesos, de volverse industria, de abrir una tienda en la ciudad, mudarse y poder tener todas su ?auto particular?. Lo único que tenían que hacer era sustituir a sus bordadoras por máquinas para lograr fabricar en lugar de tres edredones al mes, unos diez mil al menos para poder distribuir en las tiendas departamentales y de paso mandar unos cuantos al extranjero, eso sí, con ellos como intermediarios. Ese es el ejemplo más claro de intervenir sin ayudar: llegar a interrumpir procesos que ya están establecidos y que plantean en el horizonte de una comunidad ambiciones que no tenían antes o que ni siquiera son necesarias. Intervenir sin ayudar se traduce en el modelo de muchos servicios sociales donde los alumnos -y organizaciones de asesores- llegan simplemente a decir cómo se tienen que hacer las cosas, descalificando a priori todo lo que la comunidad u organización haya hecho previamente. Un servicio social así deja muy poco aprendizaje tanto para las organizaciones como para los alumnos, que llegan en papel de jefes y conocedores a ayudar a la ?pobrecita? gente que no sabe cómo hacer las cosas.
      Afortunadamente, mi formación en servicio social y en muchas otras cosas en la vida, fue una formación de no intervención vertical. Cuando decidí hacer mi servicio social, y que fue realmente el camino que me llevó a la Sierra Nororiental, llegué preparada para no intervenir en los procesos como un agente externo, sino para buscar primero adaptarme a la comunidad, y una vez que fuera aceptada en ella sumar mi esfuerzo y poner mis conocimientos al servicio de quienes me rodeaban. Y fue así como me adapté primero y comencé a caminar en el mismo sentido. Poco más de un año después, Cecilia y el resto de las mujeres me comunicaron mi aceptación un 16 de julio, Día de la Virgen del Carmen y fiesta de la comunidad. Ese día me regalaron una blusa bordada, me prestaron una falda y una faja para asistir a la ceremonia e incluso me ayudaron a peinarme. Supe entonces que mi papel ya no era el de invitada, sino el de colaboradora, amiga y ?comadre?. Cerca de un año después volví a trabajar a la ciudad, a dedicarme a varias cosas más y así transcurrieron casi cuatro años. Recientemente volví por una ocasión especial: a Cecilia y su familia les tocó la mayordomía y recibir a la Virgen en su casa, custodiarla y resguardarla hasta el 16 de julio, día en que la devolverán a la iglesia aunque seguirán siendo sus mayordomos. Cuando llegué, las mujeres ya estaban moliendo el maíz y echando las tortillas al comal, además de hervir el pollo, preparar el mole y el arroz, y los hombres estaban ya disponiendo los lugares para los comensales y comenzando a juntar el vino. Los invitados ya peregrinaban en el camino entre la neblina y la llovizna, cargando la imagen y cantando. Mis ?tiempos de ciudad? me hicieron pensar que la comida no estaría a tiempo y que no había forma de darle de comer a tantas personas ?se alcanzaban a ver al menos unas ciento cincuenta-, sin embargo, al ver la coordinación de las mujeres en la cocina y de la forma en la que todos trabajan en conjunto, opté por volver a sumar mis manos al esfuerzo y comenzar a servir y repartir los platos entre los comensales, servir el café y repartir tortillas. Mucho gusto me dio ver además nuevas generaciones de estudiantes haciendo su servicio social, atendiendo a los comensales, apoyando en la cocina, etc. Eso me hizo pensar que el modelo no está equivocado, no puede estar equivocado cuando ponemos nuestros conocimientos al servicio de otros siendo lo que somos, sin falsas posturas, sin ser los ?maestros?, sino simplemente un miembro más de un grupo que tiene múltiples saberes y vocaciones, pero que trabaja por mejorar sus condiciones de vida y las de todos quienes les rodean.



No hay comentarios.: