Se ha vuelto automático y
satisfactorio: en el restaurante como por instinto hacemos gala de la
aritmética desde niños aprendida y raudos calculamos el 10% dejaremos de
propina; en el supermercado, la gasolinera, los estacionamientos hurgamos los
bolsillos para encontrar las monedas que recompensarán la labor de los
"cerrillos", los "viene viene" o los despachadores.
Nos mueven la inercia de la
costumbre, del "todos lo hacen", y no es menos cierto que los buenos
sentimientos dinamizan nuestra solidaria acción. El "grillito" de la
conciencia acecha para reclamar a nuestro egoísmo si tan sólo se asoma como
rayo por nuestra mente la posibilidad de pasar de largo ante la amable atención
de la que hemos sido objeto.
Me gusta el verbo pervertir porque
significa no sólo hacer cosas "sucias" y feas que atentan contra las
buenas costumbres, con connotaciones sexuales, sino porque sirve para expresar
-como lo dice su etimología, pervertere- cuando se pone lo de arriba abajo,
cuando se trastornan las cosas; pervertir es, en este sentido, "perturbar
el orden o el estado de una cosa".
Creo que si nos detenemos a
considerarlo con alguna calma, sin sentimentalismo fácil, prácticamente todos
somos pervertidos. Resulta que hemos permitido que las empresas como
autoservicios, restaurantes o gasolineras, y sus directivos nos transfieran su
responsabilidad en lo que a empleo y pago de salarios justos se refiere. Somos
pervertidos cuando asumimos ese deber abandonado por otros; ellos son
pervertidos cuando con ignorancia supina se desentienden de los trabajadores
que dejan encomendados a la salvadora propina, que les quita molestias legales.
Un ejemplo: Wal Mart ha sido en
México y Centroamérica una empresa altamente rentable, incluso en medio de la
incertidumbre económica de los últimos años, no tendría por qué renunciar a las
obligaciones que le requiere tener el personal necesario para atender con
calidad a sus clientes y eso incluye a quienes empacan la mercancía.
Emmanuel Mounier hablaba por allí de
la primera mitad del siglo XX del DESORDEN ESTABLECIDO, y se refería con ello
al orden que en una sociedad irresponde a la dignidad de la persona y que hace
pasar como bueno y deseable aquello que no humaniza. Es algo sutil, que se va
colando en el estilo cotidiano de vida y que pervierte las relaciones entre las
personas y de éstas con su mundo. La situación laboral sobre la que he llamado
la atención encaja en esta conceptualización.
Cada uno de nosotros tiene que tomar
postura ante la realidad que le ha tocado vivir, sospechar incluso de cosas tan
inocentes como el sistema de propinas, de la forma de hacer política, de la
distribución de la riqueza, de la marginación por motivos de sexo, edad,
religión, incluso de las promesas del status quo.
Por lo pronto yo no haré caso del
grillo moralizador que se ha disfrazado de conciencia y dejaré de hacer lo que
corresponde a las empresas.
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