Autor: Martín López Calva.datos del autor haz clikc aquí
Publicado: El columnista, 13 de octubre de 2010
Publicado: El columnista, 13 de octubre de 2010
La situación social está pidiendo de manera urgente un replanteamiento educativo de tal manera que lo que tradicionalmente se ha llamado "valores" o "ética", vuelva a tener relevancia en la escuela para tratar de formar una conciencia distinta en las futuras generaciones sobre lo esencial que resulta, por encima de todos los conocimientos técnicos, el aprender a ser un "buen ser humano" y el "aprender a convivir con otros seres humanos".
Esta exigencia social apunta a que la escuela, como un primer paso, reconozca explícitamente que la dimensión moral o valoral está presente de manera explícita o implícita en todo proceso educativo.
Pongamos como ejemplo la idea de Marín Ibañez que se plantea al inicio de este artículo, en el sentido que hay que reconocer que toda educación tiene una carga axiológica implícita o explícita y en ese sentido, toda educación, aunque se enseñe una asignatura de las llamadas "ciencias duras", implica una formación valoral. Reconocer esto "sin temor" es algo relativamente reciente en el campo de la Educación y la Pedagogía, pero parece que hoy no hay dudas ni resistencias mayores, al menos a nivel discursivo y de legitimación teórica e investigativa, de que esto es así, de que "toda educaciòn, por aséptica que pretenda ser, es educación en valores".
Esta afirmación es importante puesto que además de reconocer la relevancia de los programas específicos de formación valoral, tiene implícita la consecuencia de que se debe explicitar e intencionar la educación en todo el currículo, para hacerla una educación en valores convergente con lo que los programas específicos plantean. En pocas palabras, esta cita nos lleva a afirmar sin lugar a dudas que la formación valoral es tarea de todos y debe estar planteada como fundamento y eje transversal de todos los planes de estudio y considerarse dentro de la formación docente no solamente en materias específicas sino de todos los profesores.
Payá (op. cit.) plantea respecto a la educación como educación en valores que hay dos grandes bloques relativos a las finalidades de la educación: "la socialización y la autonomía" (p. 148), es decir, "la integración de la persona en la sociedad y la conciencia crítica". Lo anterior supone, dice la misma autora, que se deben considerar dentro de los procesos educativos todos los condicionantes históricos, sociales, políticos, ideológicos y culturales de la educación, pero concebirlos no como determinaciones imposibles de trascender sino desde la interacción con lo educativo y desde la construcción permanente que puede ser apoyada por la educación.
En este sentido cobra fuerza la idea compleja de que "toda educación genera la sociedad que la genera" y "toda educación produce una visión ética que la produce". Existe pues una relación recursiva y retroactiva entre educación y ética, entre educación y sociedad y por lo tanto también, entre ética y sociedad.
Se educa entonces para el desarrollo social, es decir, para la actuación valoral que genere la mejora continua de la sociedad y se educa al mismo tiempo para que cada educando sea mejor: se educa para aprender a ser y para aprender a convivir , ejes que le dan un sentido diferente al aprender a conocer y aprender a hacer, puesto que les imprimen un sello inevitablemente valoral, dado que no hay conocimiento neutral ni práctica neutral.
Desde esta perspectiva, podemos afirmar con suficiente sustento que todo lo valoral es social y todo lo social es valoral y que con esta perspectiva se debiera abordar lo que en las escuelas y universidades se llama: "Educación en valores".
Lo valoral es social en la perspectiva de que cada proceso de valoración y decisión de un sujeto humano individual está siempre mediada e influida por los condicionamientos económicos, políticos y culturales de la sociedad en la que vive (el "imprinting" cultural configura en gran medida aunque no determina del todo, la manera en que cada sujeto valora y decide).
También lo valoral es social en tanto que toda valoración y decisión se hace de manera situada, es decir, dentro de un contexto socio-cultural específico. No se puede hablar de valoraciones o decisiones abstractas sino de procesos de valoración y decisión en unas condiciones sociales concretas y siempre dinámicas.
Pero más allá de esto, lo valoral es social en tanto que el ser humano, "estructuralmente moral", es al mismo tiempo "estructuralmente social". La estructura valorativa del ser humano es intersubjetiva y no puede realizarse ni potenciarse si no es en relación con otros sujetos y en relación con la sociedad en la que se vive.
Por otra parte, lo social es valoral en la medida en que como ya se afirmó, ningún proceso, estructura o institución social son a-morales, es decir, no pueden estar al margen de lo moral. Tenemos así sociedades, estructuras o instituciones humanas "más o menos morales" o "más o menos inmorales" pero no podemos tener sociedades o instituciones a-morales, es decir, que sean axiológicamente neutrales, que no tengan en su modo de funcionamiento una carga valoral específica que puede ser humanizante o deshumanizante, justa o injusta, libre o esclavizante.
Es así que afirma Payá (op. cit.: p. 149) que es "preferible educar para la reflexión que no para la sumisión; para la crítica que no para la aceptación pasiva: para la participación que no para la abstención".
De manera que como dicen Escámez y Ortega: "(…) si el proceso educativo no consigue personas que tengan predisposiciones para interrogar e interrogarse sobre la realidad que les rodea y sobre ellos mismos, predisposiciones para enjuiciar críticamente la información recibida, habría que suprimir lo de educativo". (En Payá, op. cit: p. 149)
Es por ello que el componente moral o ético de los educandos debe ser educado o desarrollado al igual que se educan y desarrollan las dimensiones física, intelectual, racional, cognitiva, lingûística, etc. Pero el problema está en la manera en que se entienda este componente moral y en el modo en que se proponga, desde estas comprensiones distintas, educarlo o desarrollarlo.
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