Publicado: El columnista, 20 de octubre de 2010.
De la Puebla novohispana claramente se pueden identificar dos ciudades, o dos espacialidades urbanas, siendo muy diferentes la una de la otra. La Puebla destinada a los españoles y el sistema de barrios, la otra Puebla, que albergaba a los indígenas. La constitución de barrios dedicados a los indígenas es una contradicción con relación a los principios fundacionales de la ciudad:
Los barrios indígenas de la ciudad de Puebla parecen surgir como un plan contrario a los propósitos iniciales que dieron lugar a su fundación, en el sentido de que la ciudad se fundaba exclusivamente para españoles y en la perspectiva de evitar la práctica generalizada de los colonizadores de explotar a los indios por medio de la encomienda. La ciudad de Puebla, supuestamente, sería asiento de españoles que se valdrían en todo, por sí mismos. [1]
Los indígenas pronto fueron requeridos como ayudantes principales para la construcción de la nueva ciudad, pero no para cohabitar dentro del mismo espacio. Durante el periodo novohispano la ciudad, propiamente dicha, o reconocida como tal se situaba al poniente del rio Almoloya, llamado posteriormente San Francisco, reservada para los españoles, los criollos y los mestizos favorecidos por el sistema, relegando a los barrios a los diversos grupos étnicos, indígenas y castas, manteniendo distancia entre unos y otros. Esta medida de separar a los indígenas de los españoles se llevó a cabo: A partir de 1550 el cabildo dispuso que los indígenas vivieran fuera, apartados de la traza española, y que se les otorgara algún sitio o solar para hacer sus casas.[2] Ni siquiera en los periodos de mayor opulencia se redujeron estas distancias, por el contrario, mientras más riqueza detentaba la ciudad, mayor era el rechazo étnico. En muchas ciudades las clases bajas se establecen en la periferia, atraídas por las bondades que la ciudad ofrece. En el caso de Puebla, desde su origen, existe la conciencia de tener espacios de segregación destinados para los indígenas, origen de los barrios. La población indígena era necesaria para la construcción de la nueva ciudad por lo que en modo alguno se podía prescindir de ellos, casas, edificios públicos, conventos e iglesias sólo fueron posibles gracias a su trabajo. Una normativa de los siglos XVI y XVII impedía el que nuevos grupos étnicos de la ciudad cohabitaran con los grupos indígenas, como lo fueron la creciente población mestiza o la aparición de grupos de negros y mulatos[3].
Las rivalidades históricas entre las diferentes etnias, principalmente entre tlaxcaltecas y cholultecas, impedía la concentración de todos los grupos dentro de un mismo espacio, por lo que la solución fue la de ubicarlos en espacios distantes entre sí. A los tlaxcaltecas reconocidos como aliados, ya que fueron de suma importancia en tiempos de la conquista, les asignaron la margen oriental del río San Francisco, conocido como Analco, espacio privilegiado por la calidad de tierras para el cultivo y rica en aguas. Hacia el sur poniente de la traza española se erigió el barrio de Santiago para confinar en él a los indígenas de origen cholulteca. Con la aparición de otros grupos indígenas, mixtecos, nahuatlecos, huejotzincas y calpenses, el sistema de barrios se amplió. En los barrio de San Sebastián y de San Pablo de los Naturales, en el norponiente, se situaron a los indígenas huejotzincas, calpenses y grupos menores de indígenas que deambulaban en la región desde tiempos prehispánicos; igualmente hacia el nororiente se dio cabida a los barrios para indígenas de diferentes etnias, siendo estos los de la Luz y San Francisco (Fig. 1).
A partir de la información que ofrece Hugo Leicht sabemos que los asentamientos destinados a la población indígena no eran considerados como parte integral de la ciudad, por el contrario, los barrios para indígenas eran territorios claramente delimitados para separar la convivencia entre españoles e indígenas, quedando a éstos la prohibición de pernoctar dentro de la ciudad española. La traza española serviría de medio entre ellos, dando origen a la ciudad dual, la Puebla para hispanos y la otra Puebla, la no hispana: una ciudad central con una periferia de barrios indígenas, con entidades y administraciones diferenciadas. La Puebla novohispana, pese a su aparente diseño renacentista, no deja de tener cierta semejanza con una ciudad medieval rodeada de fuertes murallas por su deseo expreso de impedir el ingreso de los no angelopolitanos en su interior. La ciudad era sólo para familias españolas y en donde no habitaban éstas formalmente no era considerada como La Puebla de los Ángeles.
Los barrios indígenas tenían otro régimen administrativo, organizados de acuerdo a tradiciones ancestrales, que en conjunción con el orden hispano, originó uno de los sistemas de gobierno que han perdurado por más tiempo en la región: el de las mayordomías parroquiales. Todo hombre indígena aspiraba a ser nombrado mayordomo en alguna época de su vida, pues sin tomar en cuenta los gastos que le ocasionarían[4], bien sabía que era la condición sin reparo para ganarse el respeto de sus vecinos y poder participar en las grandes decisiones de la comunidad. Este modelo de gobierno, de origen prehispánico, ha sobrevivido a todas las etapas del México independiente, por encima de las leyes de Reforma, la Revolución, incluso, a la misma iglesia.
Con el tiempo, una vez que la ciudad ya había adquirido una definición arquitectónica y urbanística, los barrios desarrollaron un perfil ocupacional definido que durante siglos han conservado, así Analco se convirtió en el barrio de los panaderos, Xanenetla en el de los ladrilleros, la Luz en el de los alfareros y Santiago en el de los carpinteros. En los albores de la modernidad poblana, durante el porfiriato, esta división étnica no sólo se mantenía, sino que se fomentaba, siendo ahora la división más por razones económicas que raciales, confinando en ellos a los léperos, pordioseros y miserables
Los barrios indígenas de la ciudad de Puebla parecen surgir como un plan contrario a los propósitos iniciales que dieron lugar a su fundación, en el sentido de que la ciudad se fundaba exclusivamente para españoles y en la perspectiva de evitar la práctica generalizada de los colonizadores de explotar a los indios por medio de la encomienda. La ciudad de Puebla, supuestamente, sería asiento de españoles que se valdrían en todo, por sí mismos. [1]
Los indígenas pronto fueron requeridos como ayudantes principales para la construcción de la nueva ciudad, pero no para cohabitar dentro del mismo espacio. Durante el periodo novohispano la ciudad, propiamente dicha, o reconocida como tal se situaba al poniente del rio Almoloya, llamado posteriormente San Francisco, reservada para los españoles, los criollos y los mestizos favorecidos por el sistema, relegando a los barrios a los diversos grupos étnicos, indígenas y castas, manteniendo distancia entre unos y otros. Esta medida de separar a los indígenas de los españoles se llevó a cabo: A partir de 1550 el cabildo dispuso que los indígenas vivieran fuera, apartados de la traza española, y que se les otorgara algún sitio o solar para hacer sus casas.[2] Ni siquiera en los periodos de mayor opulencia se redujeron estas distancias, por el contrario, mientras más riqueza detentaba la ciudad, mayor era el rechazo étnico. En muchas ciudades las clases bajas se establecen en la periferia, atraídas por las bondades que la ciudad ofrece. En el caso de Puebla, desde su origen, existe la conciencia de tener espacios de segregación destinados para los indígenas, origen de los barrios. La población indígena era necesaria para la construcción de la nueva ciudad por lo que en modo alguno se podía prescindir de ellos, casas, edificios públicos, conventos e iglesias sólo fueron posibles gracias a su trabajo. Una normativa de los siglos XVI y XVII impedía el que nuevos grupos étnicos de la ciudad cohabitaran con los grupos indígenas, como lo fueron la creciente población mestiza o la aparición de grupos de negros y mulatos[3].
Las rivalidades históricas entre las diferentes etnias, principalmente entre tlaxcaltecas y cholultecas, impedía la concentración de todos los grupos dentro de un mismo espacio, por lo que la solución fue la de ubicarlos en espacios distantes entre sí. A los tlaxcaltecas reconocidos como aliados, ya que fueron de suma importancia en tiempos de la conquista, les asignaron la margen oriental del río San Francisco, conocido como Analco, espacio privilegiado por la calidad de tierras para el cultivo y rica en aguas. Hacia el sur poniente de la traza española se erigió el barrio de Santiago para confinar en él a los indígenas de origen cholulteca. Con la aparición de otros grupos indígenas, mixtecos, nahuatlecos, huejotzincas y calpenses, el sistema de barrios se amplió. En los barrio de San Sebastián y de San Pablo de los Naturales, en el norponiente, se situaron a los indígenas huejotzincas, calpenses y grupos menores de indígenas que deambulaban en la región desde tiempos prehispánicos; igualmente hacia el nororiente se dio cabida a los barrios para indígenas de diferentes etnias, siendo estos los de la Luz y San Francisco (Fig. 1).
A partir de la información que ofrece Hugo Leicht sabemos que los asentamientos destinados a la población indígena no eran considerados como parte integral de la ciudad, por el contrario, los barrios para indígenas eran territorios claramente delimitados para separar la convivencia entre españoles e indígenas, quedando a éstos la prohibición de pernoctar dentro de la ciudad española. La traza española serviría de medio entre ellos, dando origen a la ciudad dual, la Puebla para hispanos y la otra Puebla, la no hispana: una ciudad central con una periferia de barrios indígenas, con entidades y administraciones diferenciadas. La Puebla novohispana, pese a su aparente diseño renacentista, no deja de tener cierta semejanza con una ciudad medieval rodeada de fuertes murallas por su deseo expreso de impedir el ingreso de los no angelopolitanos en su interior. La ciudad era sólo para familias españolas y en donde no habitaban éstas formalmente no era considerada como La Puebla de los Ángeles.
Los barrios indígenas tenían otro régimen administrativo, organizados de acuerdo a tradiciones ancestrales, que en conjunción con el orden hispano, originó uno de los sistemas de gobierno que han perdurado por más tiempo en la región: el de las mayordomías parroquiales. Todo hombre indígena aspiraba a ser nombrado mayordomo en alguna época de su vida, pues sin tomar en cuenta los gastos que le ocasionarían[4], bien sabía que era la condición sin reparo para ganarse el respeto de sus vecinos y poder participar en las grandes decisiones de la comunidad. Este modelo de gobierno, de origen prehispánico, ha sobrevivido a todas las etapas del México independiente, por encima de las leyes de Reforma, la Revolución, incluso, a la misma iglesia.
Con el tiempo, una vez que la ciudad ya había adquirido una definición arquitectónica y urbanística, los barrios desarrollaron un perfil ocupacional definido que durante siglos han conservado, así Analco se convirtió en el barrio de los panaderos, Xanenetla en el de los ladrilleros, la Luz en el de los alfareros y Santiago en el de los carpinteros. En los albores de la modernidad poblana, durante el porfiriato, esta división étnica no sólo se mantenía, sino que se fomentaba, siendo ahora la división más por razones económicas que raciales, confinando en ellos a los léperos, pordioseros y miserables
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