Publicado: El columnista, 22 de septiembre de 2010
Más allá de posiciones nacionalistas efímeras o patriotismos anacrónicos habría que preguntarse seriamente qué es lo que nos enseñan estos procesos de cambio que ha vivido México desde su nacimiento como país independiente en 1810 pasando por el siglo XIX y la Reforma liberal hasta la Revolución mexicana y los cien años de proceso postrevolucionario, y cómo podemos contribuir desde la educación a que estas enseñanzas sean aprendidas, reflexionadas y vividas por las nuevas generaciones de mexicanos.
Se dice con razón que los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla y esta afirmación tendría que convencernos como sociedad y en concreto como sistema educativo de la importancia que tiene la inclusión de la Historia en el currículo de todos los niveles educativos si queremos aspirar a un mejor futuro como país.
Sin embargo, el lector -padre de familia, docente, directivo, estudiante o ciudadano común- podrá preguntar con razón por qué si tradicionalmente se ha enseñado la Historia de México en las escuelas, esto no ha contribuido a la construcción de un mejor país, o al menos no ha podido hacer del todo que nuestra sociedad cambie para bien. En este sentido podría decirse que sería mejor reducir la enseñanza de la Historia y aumentar las horas de asignaturas más "prácticas" o más "útiles", como parece ser la tendencia en la sociedad actual.
La respuesta al por qué si tradicionalmente se ha enseñado Historia no se ha transformado la realidad todo lo deseable es, precisamente, porque la Historía se ha enseñado tradicionalmente. Parece un juego de palabras, pero lo que quiere decir esta expresión es que la manera en que se ha enseñado esta asignatura ha sido inadecuada porque se ha asumido que aprender Historia es aprender nombres, fechas, lugares, batallas, héroes y villanos.
¿Cuál sería la forma en que la inclusión de la Historia en los planes de estudio de nuestro sistema educativo nacional podría contribuir verdaderamente a que la sociedad mejore? Aquí se propondrán dos grandes ejes de transformación que sin duda ayudarían a lograrlo.
En primer lugar, es necesario cambiar radicalmente la visión tradicionalista de la enseñanza de la Historia y dejar de pensar que con aprender datos, información sobre los procesos históricos, es suficiente para decir que se lograron los objetivos. Sin desdeñar la importancia relativa que tiene el que los alumnos sepan situar al menos de manera general las épocas, nombres y lugares de una manera coherente, es necesario aspirar a que los estudiantes comprendan la dinámica de los procesos históricos: sus causas, su lógica desde los diversos actores y posturas contrarias desmitificando a los héroes y a los villanos para tratar de verlos como personas humanas, ni totalmente buenos los unos, ni totalmente malos los otros y situando los procesos en el marco general de la sociedad de cada tiempo más allá de los héroes individuales.
En segundo lugar, es necesario pensar como finalidad de la enseñanza de la historia, no solamente la construcción de una comprensión inteligente y una reflexión crítica de los procesos humanos y sociales más allá de los simples datos y de la división de México en "buenos" y "malos", "liberales" y "conservadores", "derechistas" e "izquierdistas", etc. sino la generación de una "conciencia histórica operante" en los estudiantes que les capacite para entender la evolución del desarrollo del país a lo largo de las generaciones y caer en la cuenta de que los grandes sueños de igualdad, fraternidad, justicia, democracia y legalidad, son construcciones humanas que nunca serán perfectas o se lograrán del todo y que además requieren de tiempos de mediana y larga duración para construirse y no puede aspirarse a ellos de manera automática.
Esta conciencia histórica hace muchísima falta hoy en un país que parece encerrado sin posibilidades de escapar a los problemas del presente inmediato y que tiene una carencia fuerte de personas con perspectiva histórica en el mundo de la "comentocracia" y aún de la academia. Porque lo que vemos hoy es una sociedad agobiada por su momento presente lleno de problemas como la violencia, la delincuencia organizada, la descomposición social, la crisis económica, el empobrecimiento de buena parte de su población, etc. e incapaz de reconocer que en doscientos y cien años de la independencia y la revolución respectivamente, se ha avanzado en muchos campos de nuestra vida nacional. Lo que tenemos hoy en los medios y aún en las escuelas y universidades es una mayoría de líderes de opinión también mirando solamente los problemas del presente y alentando a la sociedad a no mirar con visión histórica el presente sino con una idea de que la situación actual es el único criterio y que no se avanza nada por más que pasen los siglos y aún las luchas violentas. De ahí el fuerte eco que ha tenido en la opinión pública la idea de que "no hay nada que celebrar este año en México".
Finalmente, como tercer elemento indispensable para una enseñanza significativa de la Historia, tenemos la articulación irrenunciable entre Historia y formación ciudadana (Formación cívica y ética). No es posible enseñar la Historia aisladamente. No es eficaz enseñar el pasado además de memorística y simplificadamente, aislado por completo del presente y desligado en absoluto de la posibilidad de futuro.
Un niño o adolescente que aprende la Historia sin ver en ella ninguna relación con su presente, con la vida de la sociedad en la que está inmerso, con los acuerdos y desacuerdos que se viven día a día, con el comportamiento que sus padres, maestros, gobernantes, empresarios, etc. tienen como ciudadanos, es un niño o adolescente que sentirá que la Historia es profundamente aburrida y que "no sirve para nada". Mientras tanto, a ese mismo niño o adolescente se le tratan de inculcar valores y comportamientos cívicos que no tienen ninguna raíz en la historia, que no se le presentan como una valiosa herencia de nuestros antepasados y por ello también los percibe como artificiales y sin sentido.
Una enseñanza de la Historia de México que genere comprensión inteligente y reflexión crítica, que busque crear una conciencia histórica para mirar el presente a la luz del pasado y como impulso hacia un mejor futuro y que se articule plenamente con la formación ciudadana, es el mejor modo de hacer que la celebración del bicentenario sea fructífera socialmente y se prolongue en el tiempo, más allá de los juegos pirotécnicos, el grito y los desfiles conmemorativos.
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