Autor: Gerardo Reyes Guzmán
Publicado: El Columnista, 03 de noviembre de 2010
En la segunda mitad del mes de octubre, se desató una singular depreciación del dólar con respecto a las divisas más importantes del mundo: el euro, el won surcoreano, el real brasileño y el dólar australiano, entre otros. Ello se debió a declaraciones del líder de la Reserva Federal de los Estados Unidos, Ben Bernanke, apuntando hacia una relajación aún mayor de la política monetaria en aras de apuntalar la débil recuperación económica de Norteamérica. Tal anuncio alertó a los inversionistas quienes se deshicieron de sus activos nominados en dólares para buscar mercados más rentables. Los inversionistas encontraron refugio en países cuyos mercados de capitales ofrecían mayor rendimiento en el corto plazo, propiciando así la apreciación significativa de sus respectivas monedas. Esta apreciación no sólo ha vulnerado la competitividad de sus exportaciones, afectando sus industrias y nivel de empleo, sino que ha provocado una burbuja en sus mercados bursátiles, ya que se trata de capitales de corto plazo. Con ello, las economías se ven expuestas a fuertes desequilibrios, pues así como entra el capital, puede salir repentinamente. Los bancos centrales de estos países han intervenido en el mercado cambiario para evitar una apreciación aún mayor de sus monedas y la consecuente acumulación de reservas internacionales. Países típicamente exportadores han tomado medidas para contrarrestar la entrada de capitales. Por ejemplo, Brasil ha impuesto cargas fiscales al capital foráneo, mientras que Japón ha disminuido su tasa de interés para ahuyentar al capital extranjero. Sin embargo, de no surtir efecto tales medidas y de continuar la volatilidad en los mercados cambiarios, los países afectados podrían recurrir a la imposición de barreras arancelarias tal y como ocurrió en el periodo de las entreguerras del siglo pasado. Recurrir al proteccionismo reduciría la recuperación de los flujos de comercio en la economía mundial y frenaría la incipiente recuperación económica en occidente. Vale la pena recordar que en 1930, los Estados Unidos impusieron la llamada Smooth-Hawley Tariff que implicó un impuesto a la importación de 20 mil productos como respuesta a las secuelas de la depresión mundial de 1929. Así se inició una ola de políticas proteccionistas a nivel mundial que desencadenó en la Segunda Guerra Mundial.
En el centro de esta controversia está la política cambiaria de China. Ese país ha venido manteniendo un yuan subvaluado para apuntalar su sector exportador. Ello le ha permitido acumular reservas por cerca de 2.5 billones de dólares (dos veces y medio el PIB de México). Según la teoría económica, todo país que experimenta un crecimiento económico con un fuerte superávit comercial, debería apreciar su moneda. En la actualidad, China mantiene el yuan en 6.6 unidades con respecto al dólar, cuando expertos aseguran que la paridad debería ser de 5.6. Hasta 2005, el yuan se mantuvo en niveles de 8.3 unidades por dólar, lo cual nos habla de una apreciación de más de 20 % a la fecha. Recientemente, China incrementó su tasa de interés de referencia para disuadir presiones inflacionarias derivadas de su vigoroso crecimiento económico. Sin embargo, esa medida estimuló a su vez una entrada de capital aún mayor y una presión adicional para la apreciación del yuan.
En las reuniones de los G-20, los países se han propuesto presionar a China para que aprecie su moneda aún más. Sin embargo, Zhou Xiaochuan, gobernador del Banco Popular de China, ha declarado que el ajuste cambiario tendrá lugar de manera gradual. Así, mientras que la apreciación del yuan parece ser inminente, se espera en el mediano plazo un cambio sustancial en la política monetaria de los Estados Unidos. Y es que no se puede mantener indefinidamente una política monetaria laxa sin detonar tarde o temprano importantes presiones inflacionarias. Cuando eso ocurra, la Reserva Federal de los Estados Unidos cerrarán las llaves de la liquidez subiendo tasa de interés, lo cual hará que el dólar se aprecie y salgan los capitales de los países emergentes. Una situación similar lo registra la historia; cuando el líder de la Reserva Federal durante la Administración de Ronald Reagan, Paul Volcker (1979-87), incrementó las tasas de interés a casi 20% anual para frenar la inflación en la economía norteamericana a principios de la década de los 80. Acto seguido, los países latinoamericanos, es especial México, Argentina y Brasil, entraron en una crisis de endeudamiento externo que desembocó en la llamada: década perdida.
Como la crónica de una muerte anunciada, México parece dirigirse a su próxima crisis, pues sus indicadores macroeconómicos presentan ya luces amarillas. El peso se comienza apreciar a consecuencia de la entrada de capital extranjero de corto plazo, tal y como ocurrió en 1994. La ola de liquidez ha presionado a la baja las tasas de interés de los CETES a 28 días, oscilando en 3.8% anual, muy debajo de la tasa de referencia de 4.5% del Banco de México, lo cual representa ya un récord histórico. El crédito vive una inusitada recuperación, en especial el de consumo; la Bolsa Mexicana de Valores rompió para finales de octubre de 2010 la barrera psicológica de los 35 mil puntos, lo cual significa un incremento de 97% comparado con su nivel más bajo alcanzado en febrero de 2009 cuando tocó piso en los 17 mil 752 puntos. Ello equivale a un rendimiento anual aproximado de 50%, cifra difícil de concebir en una economía que no ha rebasado ni el 2% anual en promedio de 2006 a la fecha. Estamos, como afirmó en su momento el maestro Allan Greenspan, ante una exuberancia irracional.
Por otro lado, y con problemas fiscales sin resolver tras la caída de la producción de crudo, un crecimiento económico débil y un sector exportador estrechamente vinculado al dinamismo del sector industrial norteamericano, no se augura un horizonte promisorio para el final del sexenio y principios del siguiente. Es probable entonces que la crisis golpee una vez más a la economía mexicana y que los instrumentos de política fiscal y monetaria demuestren mayores limitaciones para operar. Ante este nivel de incertidumbre, es mejor comprar dólares, yuanes y yenes; invertir en oro; conservar el empleo; adquirir bienes inmuebles mediante créditos a tasa fija e iniciar nuevos negocios. No debemos soslayar que las crisis constituyen también momentos únicos de oportunidad. El economista austriaco Schumpeter afirmó que las crisis tenían la función de catarsis y depuración de lo ineficiente en las economías. Les adjudicaba el don de la destructividad creativa. La escuela austriaca a la que perteneció, criticaba severamente la intervención del estado para paliar las crisis. Decía que con los rescates de empresas y bancos con dinero público, se creaban organizaciones zombies, que una vez destinadas a desaparecer del mercado, se mantenían artificialmente con ayuda del estado.
La actual crisis ha cuestionado severamente las teorías económicas actuales. Bernanke, líder del Banco Central de los Estados Unidos y estudioso de la crisis de 1929, ha optado por la estrategia keynesiana y monetarista. Existe una controversia de cómo y de si hubiera sido posible evitar la crisis del 29. Los monetaristas aseguran que se debieron bajar las tasas de interés lo suficiente como para asegurar el sistema financiero de pagos; mientras que los keynesianos apuntan a la política de gasto como instrumento para estimular la demanda agregada. En esta ocasión se han utilizado los dos instrumentos y nos tocará ser testigos de su eficacia en el mediano y largo plazos. Es decir, estamos apostando el futuro.
En el centro de esta controversia está la política cambiaria de China. Ese país ha venido manteniendo un yuan subvaluado para apuntalar su sector exportador. Ello le ha permitido acumular reservas por cerca de 2.5 billones de dólares (dos veces y medio el PIB de México). Según la teoría económica, todo país que experimenta un crecimiento económico con un fuerte superávit comercial, debería apreciar su moneda. En la actualidad, China mantiene el yuan en 6.6 unidades con respecto al dólar, cuando expertos aseguran que la paridad debería ser de 5.6. Hasta 2005, el yuan se mantuvo en niveles de 8.3 unidades por dólar, lo cual nos habla de una apreciación de más de 20 % a la fecha. Recientemente, China incrementó su tasa de interés de referencia para disuadir presiones inflacionarias derivadas de su vigoroso crecimiento económico. Sin embargo, esa medida estimuló a su vez una entrada de capital aún mayor y una presión adicional para la apreciación del yuan.
En las reuniones de los G-20, los países se han propuesto presionar a China para que aprecie su moneda aún más. Sin embargo, Zhou Xiaochuan, gobernador del Banco Popular de China, ha declarado que el ajuste cambiario tendrá lugar de manera gradual. Así, mientras que la apreciación del yuan parece ser inminente, se espera en el mediano plazo un cambio sustancial en la política monetaria de los Estados Unidos. Y es que no se puede mantener indefinidamente una política monetaria laxa sin detonar tarde o temprano importantes presiones inflacionarias. Cuando eso ocurra, la Reserva Federal de los Estados Unidos cerrarán las llaves de la liquidez subiendo tasa de interés, lo cual hará que el dólar se aprecie y salgan los capitales de los países emergentes. Una situación similar lo registra la historia; cuando el líder de la Reserva Federal durante la Administración de Ronald Reagan, Paul Volcker (1979-87), incrementó las tasas de interés a casi 20% anual para frenar la inflación en la economía norteamericana a principios de la década de los 80. Acto seguido, los países latinoamericanos, es especial México, Argentina y Brasil, entraron en una crisis de endeudamiento externo que desembocó en la llamada: década perdida.
Como la crónica de una muerte anunciada, México parece dirigirse a su próxima crisis, pues sus indicadores macroeconómicos presentan ya luces amarillas. El peso se comienza apreciar a consecuencia de la entrada de capital extranjero de corto plazo, tal y como ocurrió en 1994. La ola de liquidez ha presionado a la baja las tasas de interés de los CETES a 28 días, oscilando en 3.8% anual, muy debajo de la tasa de referencia de 4.5% del Banco de México, lo cual representa ya un récord histórico. El crédito vive una inusitada recuperación, en especial el de consumo; la Bolsa Mexicana de Valores rompió para finales de octubre de 2010 la barrera psicológica de los 35 mil puntos, lo cual significa un incremento de 97% comparado con su nivel más bajo alcanzado en febrero de 2009 cuando tocó piso en los 17 mil 752 puntos. Ello equivale a un rendimiento anual aproximado de 50%, cifra difícil de concebir en una economía que no ha rebasado ni el 2% anual en promedio de 2006 a la fecha. Estamos, como afirmó en su momento el maestro Allan Greenspan, ante una exuberancia irracional.
Por otro lado, y con problemas fiscales sin resolver tras la caída de la producción de crudo, un crecimiento económico débil y un sector exportador estrechamente vinculado al dinamismo del sector industrial norteamericano, no se augura un horizonte promisorio para el final del sexenio y principios del siguiente. Es probable entonces que la crisis golpee una vez más a la economía mexicana y que los instrumentos de política fiscal y monetaria demuestren mayores limitaciones para operar. Ante este nivel de incertidumbre, es mejor comprar dólares, yuanes y yenes; invertir en oro; conservar el empleo; adquirir bienes inmuebles mediante créditos a tasa fija e iniciar nuevos negocios. No debemos soslayar que las crisis constituyen también momentos únicos de oportunidad. El economista austriaco Schumpeter afirmó que las crisis tenían la función de catarsis y depuración de lo ineficiente en las economías. Les adjudicaba el don de la destructividad creativa. La escuela austriaca a la que perteneció, criticaba severamente la intervención del estado para paliar las crisis. Decía que con los rescates de empresas y bancos con dinero público, se creaban organizaciones zombies, que una vez destinadas a desaparecer del mercado, se mantenían artificialmente con ayuda del estado.
La actual crisis ha cuestionado severamente las teorías económicas actuales. Bernanke, líder del Banco Central de los Estados Unidos y estudioso de la crisis de 1929, ha optado por la estrategia keynesiana y monetarista. Existe una controversia de cómo y de si hubiera sido posible evitar la crisis del 29. Los monetaristas aseguran que se debieron bajar las tasas de interés lo suficiente como para asegurar el sistema financiero de pagos; mientras que los keynesianos apuntan a la política de gasto como instrumento para estimular la demanda agregada. En esta ocasión se han utilizado los dos instrumentos y nos tocará ser testigos de su eficacia en el mediano y largo plazos. Es decir, estamos apostando el futuro.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario