Educación y crisis moral.
Autor: Martín López Calva
Publicado: Puebla on line, 28 de septiembre de 2011
“El hecho inevitable es que estamos continuamente
haciendo juicios de valor, o sea, conociendo valores
y viviendo nuestras vidas sobre las bases de estos
valores. Distinguimos entre buenas y malas escuelas,
buenas y malas políticas, políticos honestos y deshonestos,
buenas y malas acciones. Funcionamos en sociedad
con base en estos valores…”[1]
(Cronin, 2006; p. 5)
Desde hace algunas semanas varios analistas de la realidad nacional han dedicado sus columnas periodísticas al tema de la crisis moral que subyace a la situación de violencia que está apoderándose de gran parte de nuestro país.
El tema es polémico puesto que el hablar de moral parece para algunos –con visión científica positivista- cuestión de simple “literatura” y para otros –con perspectiva sociológica de izquierda- puede convertirse en una manera de justificar el estado de cosas y relevar de su responsabilidad a las autoridades encargadas de proporcionarnos seguridad.
Sin embargo considero necesario que los ciudadanos y los actores de la educación reflexionemos sobre esta dimensión de la realidad en que vivimos, porque me parece que es la raíz más profunda y difícil de revertir de esta espiral de muerte que azota al país de manera creciente.
Porque como afirma la cita que aparece al inicio de este artículo, es un hecho inevitable que los seres humanos hacemos juicios de valor y esto implica que conocemos ciertos valores y vivimos conforme a ellos nuestra existencia individual y social.
“…Distinguimos entre entre buenas y malas acciones…” menciona la cita y el problema en que estamos involucrados los mexicanos de esta segunda década del siglo XXI tiene que ver con que nuestra sociedad parece estar perdiendo la capacidad de distinguir estas cuestiones que son fundamentales para vivir una vida y construir una sociedad que puedan calificarse como humanas.
En efecto, si bien resulta innegable que en la situación actual, la violencia y el crimen tienen que ver con acciones particulares de individuos que podríamos considerar como “malas personas”, es evidente que no puede explicarse únicamente desde esta perspectiva particular o estadística.
También es cierto que la situación actual que vive México tiene que ver con una severa crisis institucional que ha deformado las dinámicas de interacción social, las estructuras policíacas, el sistema de justicia, la forma de legislar y aplicar las leyes, las políticas públicas y su forma de operar y todo el sistema social en el que predominan la impunidad, la corrupción y los intereses particulares y de grupo o partido por encima del bienestar de la sociedad.
Esta crisis institucional es una explicación más amplia y pertinente pero no agota los elementos o niveles de análisis para comprender en toda su complejidad la situación que estamos viviendo.
Es necesario también caer en la cuenta de que como afirma el intelectual francés Edgar Morin entre muchos otros autores, estamos viviendo además de una crisis institucional una profunda crisis moral que exige una reforma ética de largo aliento.
Esto no significa que como dicen algunos, “se hayan perdido los valores”, porque los valores no están en la realidad externa, no son algo que podamos perder y “recuperar” o “rescatar” del pasado o de algún lugar misterioso en el que están depositados. Los valores se construyen en las interacciones que realizamos con el mundo natural, con los objetos construidos, con los demás seres humanos, con la sociedad toda y con la especie humana a partir de los juicios de valor que hacemos.
Hay muchos signos de que estas interacciones se han distorsionado y de que nuestra sociedad ha perdido la capacidad de distinguir entre “buenas y malas acciones…” pues incluso empieza a percibir como “natural” o lógica la resolución violenta –verbal o física- de los conflictos y diferencias.
El sistema educativo tendría que asumir su responsabilidad en esta crisis moral y empezar a establecer políticas que comiencen a crear una nueva conciencia moral en los estudiantes. Una conciencia capaz de distinguir entre “lo humano y lo inhumano” en nuestro contexto de cambio de época, una conciencia capacitada para hacer buenos juicios de valor que resuelvan las diferencias a través del diálogo y el respecto activo. Una conciencia capaz de conmoverse con el sufrimiento que genera la violencia y de manifestarse pacíficamente a favor de la paz.
Solamente así podremos reformar las instituciones y lograr que la crisis estructural que reproduce la violencia pueda ser revertida.
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