Autor: Rubén Hernández Herrera
Publicado: el Lado B, 20 de septiembre de 2011
El filósofo estadounidense de origen español, Georges Santayana se hizo célebre por acuñar la expresión “Aquellos que no recuerdan su pasado, están condenados a repetirlo”, y esta la emitió por el horror que le causaba el holocausto que muchas víctimas de diversas nacionalidades padecieron a manos de la locura nazi. Particularmente se cuenta que fue expresada en una visita al campo de concentración de Auschwitz. Y tal consigna en Occidente la hemos aceptado como un principio axiomático que por ser tan evidente no admite ser cuestionada. Pero, ¿cómo se debe recordar el pasado?, ¿memorando la bestialidad, el horror de la estupidez humana tal cual fue, con todos sus detalles, o tomando consciencia de que los sueños de la razón producen monstruos, como lo dejó plasmado en su célebre aguafuerte el gran Goya? Todo este preámbulo viene a cuento por el recién aniversario del atentado contra las torres gemelas conocido como el 11-S. Todos los noticiarios de Estados Unidos y los del mundo que los siguen, y muy particularmente los canales destinados a la difusión de temas culturales o históricos como Discovery Channel, History Channel y National Geographic, nos recordaron los acontecimientos de esos días haciendo gala de imágenes terroríficas, sin hacer la mínima concesión al espectador.
El show mediático del 2001 uno se repitió diez años después, pero corregido y aumentado con imágenes inéditas. Ahora bien, ¿cuál es la intención de tan dantesco espectáculo? En tales medios insistían que ese día el mundo cambió, que la historia de la humanidad es otra a partir de ese día. Cuando el tiempo haya tomado la suficiente distancia que permita valorar tal afirmación serán los análisis de los historiadores los que nos indicarán sobre su trascendencia, es decir, si realmente es un auténtico hito en la historia, o tan solo una anécdota sangrienta de principios de siglo. Los medios de comunicación son muy proclives a manipular con enorme facilidad el sentido de la historia, haciendo de lo trivial un acontecimiento de gran magnitud, que con el paso del tiempo se diluye sin que realmente haya modificado o alterado radicalmente ni la vida del país afectado y mucho menos la del resto de la humanidad.
Pero en tanto esperamos el juicio ineludible de la historia con mayúsculas, ¿por qué se nos vende un acontecimiento, ciertamente doloroso y criminal, como el 11-S como si fuera el acontecimiento más trascendente de lo que va del siglo, no solo de los Estados Unidos, sino de toda la humanidad?, ¿qué intencionalidad es la que se oculta, qué intereses se esconden?, ¿por qué no se dejan cicatrizar las heridas y se promueve que el dolor se reproduzca una y otra vez? Si de recordar se tratara, también se deberían de recordar las numerosas víctimas que Irak, Afganistán, o Paquistán han tenido como consecuencia de la invasión de las fuerzas imperiales legitimadas por las muertes del 11-S.
Estado Unidos nunca ha querido empañar su imagen internacional invadiendo a quien se le antoje expresando sus auténticas intenciones que no son otras que hacerse con los bienes de una nación. Tal como sucede con conocidos personajes cinematográficos, por ejemplo, Rambo (Silvester Stalone) o John McClane (Bruce Willis), antes de convertirse en máquinas de matar y cometer toda serie de atrocidades, se les presenta como ciudadanos relativamente tranquilos, respetuosos de la ley, pero que al ser violentados por los malos, atentando contra su dignidad, o masacrando a sus seres queridos, encuentran la legitimación de ser peores que los asesinos con los que se enfrentan, teniendo como plus la complacencia de los espectadores que gozan con la legítima venganza de tales personajes. Pues bien, esta es la misma lógica que Estados Unidos utiliza en sus invasiones. Primero se hacen las víctimas y después atacan ferozmente, por ejemplo: el hundimiento del Main que dio origen a la guerra hispano estadounidense, Pear Harbor, o el 11-S, por citar los más conocidos. ¿Por qué no cerrar las heridas y seguir rascándose las cicatrices? ¿Estados Unidos quiere justicia o venganza, o quiere dejar abiertas las heridas para legitimar una nueva invasión? Si algo ha dejado el espectáculo mediático del 11-S para ser recordado por la humanidad es la institucionalización del miedo.
Enrique Gil Calvo en una de sus obras parafrasea la famosa frase de Marshall McLuhan, que decía el “Medio es el mensaje”, titulándola: “El miedo es el mensaje”. El miedo es el que se quiere institucionalizar para aterrar a la sociedad y a través de él impedir principios de reconciliación, perdón o construcción de una sociedad en principios de no violencia, como recientemente el Dalai Lama ha recordado una y otra vez. La violencia crea más violencia y además la legitima. Sin duda, en muchos casos la recreación de las imágenes del 11-S generan deseos de venganza, que no de justicia, tanto en las víctimas, como en los espectadores.
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