jueves, octubre 27, 2011

Exponer los Saberes Escondidos


Autora: Celine Armenta datos del autor haz click aquí
Publicado: e- consulta, 25 de octubre de 2011

     Este día de Muertos Steve Jobs tendrá ofrendas en altares olorosos a copal y cempasúchil y en altares virtuales como los de mis cursos, que también son virtuales. Así será porque millones de mujeres y hombres lo consideramos entrañable y cercano, vecino de un espacio tan genuino como el real, aunque le decimos virtual.
     Lo extraño de este asunto es que ya no  nos extraña, pues nuestra realidad está  más virtualizada de lo que previeron los más audaces escritores de ciencia ficción. Por eso tampoco nos extraña que Rodolfo Ruiz y su credibilidad crezcan gracias a una campaña que pretendía exactamente lo contrario.  Y es que los intentos por controlar, limitar y tergiversar la información pertenecen al pasado.  Esconder verdades o entronizar mentiras simplemente es incompatible con nuestros  tiempos digitales; eso nadie lo duda.
     Lo que quizá no sabemos con tanta claridad es que la gran diferencia entre nuestro presente y los tiempos idos no radica en el incremento en la cantidad de información o en la velocidad con que la obtenemos; radica en  la transparencia de esa información junto a la mejor distribución del saber que, como Foucault reveló, es distribución del poder.  
     Por estas causas,  las distancias y fronteras físicamente inamovibles y rígidas, se relativizan en el medio virtual. Y me refiero a distancias y barreras entre pueblos y naciones, y entre sujetos de una misma sociedad. Las distancias entre gobernante y ciudadano, entre autor y lector, entre sabio y curioso se relativizan y, a veces, hasta desaparecen. Esta es la esencia de nuestro tiempo: el poder del saber ya no se reserva a unos cuantos; ni podrá reservarse jamás.
El tema tiene tantas aristas, que es inútil tratar de sintetizarlo. Es más sencillo recordar la polarización que ha creado entre liberales como Google, y conservadores como  Sarkozy; los unos queriendo digitalizar millones de libros para que todo el mundo los lea, y el presidente francés apoyando una legislación que puede llevar a juicio a quienes descargan música y películas sin respeto a la ley. 
     Similares enfrentamientos se dan en todo tipo de arenas; no sólo en medios de comunicación como este diario virtual. También en la sala de juntas académicas cualquier iniciativa de los entusiastas del internet es atemperada por el escepticismo de quienes esgrimen la vulnerabilidad de los derechos de autor.
     En este contexto se inscribe la iniciativa "Tercera llamada, tercera", que Fernando Valdés, director de la editorial Plaza y Valdés, presentó la semana pasada. Para comprenderla hay que diferenciar la creación literaria de la creación académica. En general, los autores de literatura aspiran a vivir de lo que escriben. En cambio, los escritores académicos solemos vivir de prestar servicios diversos en universidades e instituciones similares. Estos servicios incluyen dar clase, administrar lo académico,  atender y asesorar estudiantes y, además, generar, divulgar y publicar conocimiento. Los académicos no cobramos al estudiante que asesoramos, pues la tutoría es parte de nuestras funciones. ¿Por qué cobrar lo que publicamos?
     Fernando Valdés denuncia la trágica marginación del libro académico que, pese a su potencial para iluminar y hasta solucionar los problemas más serios del país, se edita en tirajes mínimos, y al llegar a las librerías se esconde bajo los bestsellers literarios y los inútiles, y con frecuencia mal escritos, libros de autoayuda.
     Valdés propone publicar en internet  los libros académicos y asegurar el acceso gratuito para todo el mundo. Este conocimiento es, en el mejor sentido, patrimonio de todos y todos deberían de poder leerlo. Además, al publicar en internet, los académicos tendríamos mayor número de lectores, nuestras propuestas se conocerían mejor y seguramente recibiríamos más invitaciones a congresos en México y en el extranjero.
     La campaña de Valdés busca " atender y divulgar con responsabilidad el libro académico con su mercado de consumo; y que los editores de publicaciones académicas comparezcan ante la sociedad del conocimiento e informen de su compromiso al publicar una obra".
     Si la invitación de Valdés halla eco, sobre todo en  las editoriales universitarias, la obra académica dejará las bodegas oscuras, y los polvosos anaqueles de bibliotecas desiertas. No será posible ignorarla cuando se planee la política pública, y el diálogo erudito será un espectáculo público; ya no habrá saberes escondidos. Además, el derecho de autor no desaparecerá; campeará al mismo paso del derecho del lector.  ¡Ya es tiempo de que suceda!

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