Autora:
Celine Armenta datos del autor haz click aquí
Publicado:
e- consulta, 25 de octubre de 2011
Este
día de Muertos Steve Jobs tendrá ofrendas en altares olorosos a copal y
cempasúchil y en altares virtuales como los de mis cursos, que también son
virtuales. Así será porque millones de mujeres y hombres lo consideramos
entrañable y cercano, vecino de un espacio tan genuino como el real, aunque le
decimos virtual.
Lo
extraño de este asunto es que ya no nos
extraña, pues nuestra realidad está más
virtualizada de lo que previeron los más audaces escritores de ciencia ficción.
Por eso tampoco nos extraña que Rodolfo Ruiz y su credibilidad crezcan gracias
a una campaña que pretendía exactamente lo contrario. Y es que los intentos por controlar, limitar
y tergiversar la información pertenecen al pasado. Esconder verdades o entronizar mentiras
simplemente es incompatible con nuestros
tiempos digitales; eso nadie lo duda.
Lo
que quizá no sabemos con tanta claridad es que la gran diferencia entre nuestro
presente y los tiempos idos no radica en el incremento en la cantidad de
información o en la velocidad con que la obtenemos; radica en la transparencia de esa información junto a la
mejor distribución del saber que, como Foucault reveló, es distribución del
poder.
Por
estas causas, las distancias y fronteras
físicamente inamovibles y rígidas, se relativizan en el medio virtual. Y me
refiero a distancias y barreras entre pueblos y naciones, y entre sujetos de
una misma sociedad. Las distancias entre gobernante y ciudadano, entre autor y
lector, entre sabio y curioso se relativizan y, a veces, hasta desaparecen.
Esta es la esencia de nuestro tiempo: el poder del saber ya no se reserva a
unos cuantos; ni podrá reservarse jamás.
El
tema tiene tantas aristas, que es inútil tratar de sintetizarlo. Es más
sencillo recordar la polarización que ha creado entre liberales como Google, y
conservadores como Sarkozy; los unos
queriendo digitalizar millones de libros para que todo el mundo los lea, y el
presidente francés apoyando una legislación que puede llevar a juicio a quienes
descargan música y películas sin respeto a la ley.
Similares
enfrentamientos se dan en todo tipo de arenas; no sólo en medios de
comunicación como este diario virtual. También en la sala de juntas académicas
cualquier iniciativa de los entusiastas del internet es atemperada por el
escepticismo de quienes esgrimen la vulnerabilidad de los derechos de autor.
En
este contexto se inscribe la iniciativa "Tercera llamada, tercera",
que Fernando Valdés, director de la editorial Plaza y Valdés, presentó la
semana pasada. Para comprenderla hay que diferenciar la creación literaria de
la creación académica. En general, los autores de literatura aspiran a vivir de
lo que escriben. En cambio, los escritores académicos solemos vivir de prestar
servicios diversos en universidades e instituciones similares. Estos servicios
incluyen dar clase, administrar lo académico,
atender y asesorar estudiantes y, además, generar, divulgar y publicar
conocimiento. Los académicos no cobramos al estudiante que asesoramos, pues la tutoría
es parte de nuestras funciones. ¿Por qué cobrar lo que publicamos?
Fernando
Valdés denuncia la trágica marginación del libro académico que, pese a su
potencial para iluminar y hasta solucionar los problemas más serios del país,
se edita en tirajes mínimos, y al llegar a las librerías se esconde bajo los
bestsellers literarios y los inútiles, y con frecuencia mal escritos, libros de
autoayuda.
Valdés
propone publicar en internet los libros
académicos y asegurar el acceso gratuito para todo el mundo. Este conocimiento
es, en el mejor sentido, patrimonio de todos y todos deberían de poder leerlo.
Además, al publicar en internet, los académicos tendríamos mayor número de
lectores, nuestras propuestas se conocerían mejor y seguramente recibiríamos
más invitaciones a congresos en México y en el extranjero.
La
campaña de Valdés busca " atender y divulgar con responsabilidad el libro
académico con su mercado de consumo; y que los editores de publicaciones
académicas comparezcan ante la sociedad del conocimiento e informen de su
compromiso al publicar una obra".
Si
la invitación de Valdés halla eco, sobre todo en las editoriales universitarias, la obra
académica dejará las bodegas oscuras, y los polvosos anaqueles de bibliotecas
desiertas. No será posible ignorarla cuando se planee la política pública, y el
diálogo erudito será un espectáculo público; ya no habrá saberes escondidos.
Además, el derecho de autor no desaparecerá; campeará al mismo paso del derecho
del lector. ¡Ya es tiempo de que suceda!
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