Autora:
Betzabé Vancini Romero
Publicado:
en Lado B, 18 de octubre de 2011
Tal
parece que en los últimos años, nuestro país ha caído presa de la violencia y
se ha derramado sangre por doquier. No solamente en lo
referente a la “guerra contra el narco” la cual, ha sido afortunadamente ya muy
juzgada y expuesta, quizá incluso podríamos referirnos a ella como la guerra
que nadie pidió y que ciertamente, nadie previó cómo se iría desarrollando. No
sólo existe este clamo de violencia en la guerra que se suscita todos los días
entre cárteles, entre “el narco” y la policía, sino también la que vivimos
socialmente cuando estamos expuestos a la violencia en los medios, en el metro,
en la calle y más grave aún: dentro de nuestros propios hogares.
Esta
guerra que nadie pidió y de la cual nadie se dio a la tarea de prever sus
consecuencias, está ahogando al país en un charco de sangre que parece cada día
más abrumador. Tristemente nos acercamos en un futuro próximo a un país
inhabitable donde tendremos que hablar de nuestras ciudades no como las más
seguras sino como las menos violentas, o las más fáciles de sobrellevar. Poco a
poco, hemos ido renunciando a nuestra soberanía y a nuestra libertad al vivir
en un país que cada día tiene menos de patria y más de ‘tierra de nadie’. Pasamos
hace un mes un 15 de Septiembre sin mucho qué festejar y más bien, mucho que
llamar con la nostalgia de aquellos años en los que “no pasaba nada”, o al menos,
nuestra mayor preocupación era que nos robaran la cartera al caminar por la
calle. Hemos perdido la confianza en el mañana, pues cuando parece que hemos
tocado fondo, el incierto porvenir nos demuestra una vez más que podemos estar
peor, para muestra bastan 35 cuerpos encontrados en Boca del Río en Veracruz,
una nueva recesión económica mundial y la carrera hacia las elecciones
venideras. Y como si esto no fuera poco, estamos plagados por medios de
información que nos invaden y saturan con imágenes violentas, llenas de sangre,
de ideas retorcidas. Ejecución, asesinato, levantón, heridos, masacre… son
palabas que encontramos todos los días en los encabezados y que escuchamos
frecuentemente repetir a los conductores de noticias más cotizados. Parece que
incluso el lenguaje se ha transformado, y en esta transformación hemos perdido
el respeto por la dignidad del espectador, de aquél que enciende el televisor
para “estar informado” y lo único que obtiene es desánimo, angustia y una que
otra buena dosis de paranoia, pues sí, el peligro y la amenaza pueden vivir en
la casa de al lado. Se nos acabó el país que clamaba libertad de expresión para
entrar en un régimen de “exprésate bajo tu propio riesgo”. Caímos en algún
momento en los nuevos autoritarismos que no admiten cuestionamientos y no
estamos tan lejos del cañonazo de 50mil pesos ni de la aplicación de la “ley
fuga”. Llegamos a un punto en el que la frustración se libera con balas en una
estación del metro, en una escuela, en un pueblo. Llegamos a este negro momento
como sociedad en el que matar es peccata minuta y lo que importa es a quién
mataremos y cómo lo justificaremos. Llegamos al punto en el que respiramos un
ambiente salvaje y primitivo, en el que como grupo social, perdimos la
racionalidad para sumirnos en lo brutal y anti evolutivo.
Lo
más riesgoso de esta deplorable situación es que en algún momento, toda esta
violencia que se revolvía y se retorcía en el exterior, comenzó a filtrarse en
nuestros hogares, como una gotera. El pensamiento violento comenzó a permear
los hogares mexicanos como en algún momento, décadas atrás, lo hiciera la
pobreza. Y esta filtración se volvió mejor amiga y aliada del machismo, de la
homofobia, de la falta de educación y valores y originó un repunte en la
violencia dentro de nuestros hogares: padres que humillan y fracturan el
autoestima de sus hijos, maridos que muelen a golpes a sus esposas, parejas que
se deshacen en insultos y violencia psicológica. Hace una semana revisaba por
mera curiosidad en la clínica donde presto horas de servicio como terapeuta, el
formulario del INEGI sobre maltrato y violencia hacia mujeres en el hogar. Las
preguntas iban desde cosas tan “simples” como “¿La ha comparado en alguna
ocasión con otras mujeres?" hasta cuestionamientos alarmantes como “¿Le ha
hecho daño con un pica hielo, una navaja u otro objeto punzo cortante?”, el
corazón se me fue al piso con algunas de las preguntas, imaginando sobretodo que seguramente, en
algunos hogares, estas terribles preguntas tendrían terribles respuestas
afirmativas. ¿En qué momento nos perdimos de nuevo en el camino si parecía que
al menos en materia de violencia de género ya habíamos avanzado? ¿Será que las
estructuras machistas están impregnadas hasta el fondo de lo que nos conforma
como sociedad?
El enemigo está aquí entre nosotros, es este
espíritu negro y destructor que bien parece el fugitivo Bob, de Twin Peaks, y
puede tomar posesión hasta de la cara más amigable y familiar: se llama
brutalidad, violencia, rabia. Y nos hace capaces de hacer cualquier cosa,
incluso de autodestruirnos. Por eso también, creo que la solución está dentro
de nosotros mismos, en nuestro constante compromiso por ser mejores, por
construirnos como personas íntegras, capaces, completas, éticas y honestas.
¿Parece utópico? No, querido lector, en nosotros mismos está poder, al menos,
evitar que esa maldad que enferma a nuestra sociedad no se filtre en nuestras
casas, no se filtre en nuestros cuerpos y mucho menos en nuestros corazones.
Mantengámonos siempre alertas, pero también, siempre dispuestos a trabajar por
construir un futuro mucho más esperanzador a pesar de la incertidumbre y sobre
todo a poder seguir siendo sensibles ante esto que nos acontece como familia,
como país, como humanidad. Pues quizá el día en que nos hayamos acostumbrado y
lo que nos sucede nos sea indiferente, ese día, lo habremos perdido todo.
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