José Rafael de Regil Vélez, si quieres tener más datos del autor, haz click aquí
Publicado: Sintesis Tlaxcala, 07 de octubre de 2011
Adolfo Nicolás es un jesuita, de hecho el jefe de todos los jesuitas a quien llaman Prepósito General. Nació en España, pero muy pronto fue a vivir al Oriente: Japón, Filipinas, por citar sólo alguno de los países donde ha vivido.
Como superior de la Compañía de Jesús tiene que vivir empapado de la realidad compleja del mundo actual, para poder señalar la línea de aquellas cosas que sus religiosos y toda persona que concuerde con ellos debe tener en cuenta para definir una acción concreta, que promueve la humanidad en justicia.
En las reflexiones que ha compartido con los rectores de las universidades jesuitas llama la atención sobre un tema que es muy de nuestra época y ante el cual los diversos actores sociales, especialmente los educadores, debemos posar la mirada: el de la superficialidad que puede provocar –y que de hecho provoca- la tecnología de la información y la comunicación.
Cuando nos detenemos a considerar las posibilidades que abre ésta para la vida del ser humano encontramos cosas que no se imaginaron apenas nuestros abuelos: la posibilidad de interactuar con personas en tiempo real desde cualquier lugar y en cualquier idioma para compartir con ellos lo que se quiera: ideas, religión, sexo, chistes, información; depósitos de información en los que se puede encontrar con rapidez inusitada material para lo que se quiera; la posibilidad de utilizar toda esa información para la lectura personal, para trabajos académicos, para toma de decisiones empresariales; disponibilidad de imágenes, videos con contenidos para todos los gustos, etc.
Las redes sociales acercan a las personas con rapidez inusitada, nos ponen al día de nuestros conocidos y familiares, se vuelven medio para participar en causas sociales, para mantenerse al día.
Ante tanta bondad resulta ineludible enfrentarse a una parte de la realidad en la cual Nicolás pone el dedo en la llaga: la superficialidad que se ha venido generando al calor del uso de estas herramientas. El acceso rápido y casi ilimitado a la información sin ningún esfuerzo para producirla, la producción inmediata e irreflexiva de opiniones, las relaciones mediadas sin que exista algo más en la realidad concreta producen una visión superficial, poco profunda de la vida.
Hoy, en la cultura del copiar y pegar (“copy-paste”) todo puede ser utilizado sin necesidad de pensar críticamente, de escribir con precisión y sin necesidad de llegar a conclusiones personales, señala el religioso, a lo que añade que la percepción de la realidad, los anhelos humanos se van quedando en la superficie y esto limita en mucho las posibilidades de crecimiento de las personas.
Hacerse cargo de la realidad cotidiana supone en muchos de sus aspectos detenerse a analizar, a revisar, a ponderar, a contextualizar las cosas para poder tomar decisiones que conduzcan a procesos de humanización en cosas como la familia, el papel de los seres humanos en el trabajo, la participación ciudadana en la política. Relacionarse con seres como uno, de carne y hueso, requiere pasar de lo que a simple vista aparece para llegar a la empatía, que es la que permite la realización de acciones conjuntas para crear mejores condiciones de vida.
Capacitar para vivir en el mundo globalizado de la tecnología de manera que se puedan obtener los grandes beneficios que ofrece supone, sin más, recuperar lo más auténticamente humano que se cuece en la criticidad, en la solidaridad concreta, en la afectividad con rostro y presencia, en la creatividad que se enfrenta a problemas reales… Vivir tecnológicamente pide necesariamente la construcción de una visión profunda de la vida.
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