Autor: Juan Martín López Calva,datos del autor haz clic aquí
Publicado: Puebla on Line, 12 de octubre de 2011
La
semana pasada se cumplieron noventa años de la fundación de la Secretaría de
Educación Pública entre celebraciones oficiales y notas y artículos críticos
por el estado en que se encuentra nuestro sistema educativo en la actualidad y
los pobres resultados en la calidad del aprendizaje de nuestros niños y jóvenes.
“Ministerio
del futuro” decía don Pablo Latapí que debería ser la SEP porque en ella
tendría que plantearse el rumbo hacia el que queremos todos los ciudadanos
conducir a nuestra patria. Para convertirse en este espacio estructural que
defina la visión del país que queremos y el perfil de ciudadano del futuro que
necesitamos se requeriría, decía el mismo Latapí, que en ella hubiera menos
burócratas y administradores y más intelectuales y filósofos.
Sería
injusto negar todos los aspectos positivos que la SEP ha traído al país desde
su fundación hasta nuestros días. Es indudable que desde las “misiones
culturales” de Vasconcelos hasta los intentos de reformas curriculares
integrales del presente pasando por etapas como “el plan de once años” de Torres
Bodet y gestiones de funcionarios muy prestigiados como el mismo Vasconcelos,
Agustín Yáñez, Fernando Solana, Miguel Limón y otros, la secretaría ha sido la
instancia que ha logrado institucionalizar la educación pública que marca el
artículo tercero constitucional y regular a la educación privada..
Sin
embargo también resulta innegable que la SEP tiene muchísimos problemas
estructurales que más allá de las personas que ocupen los diversos puestos de
dirección en un sexenio u otro, con un partido político en el poder a nivel
federal o en los estados u otro, tienen que reflexionarse y atenderse con
seriedad y urgencia.
Porque
a noventa años de su creación la SEP que tenemos resulta ya inoperante y
demasiado pesada –el “mastodonte educativo” la llamó Manuel Gil Antón en su
columna de hace unos días en El Universal- y tiene una organización de muy baja
complejidad que ya no responde a los retos del presente.
En
efecto, la creación, organización y desarrollo de la secretaría se produjo en
la lógica del régimen postrevolucionario que derivó en un sistema de carácter
corporativo y partido único en el poder, lo cual requería de una fuerte
centralización de las decisiones, de una estructura piramidal que no deja
margen de maniobra autónoma a las escuelas y a los docentes y de un sindicato
construido en la misma lógica y con injerencia inadecuada en los niveles de
gestión de las instituciones educativas, en las zonas y sectores escolares y
más recientemente en el gobierno educativo a nivel nacional.
Este
tipo de organización se ha mantenido a pesar de la alternancia de partidos en
el poder ejecutivo federal y en muchos de los estados y es cada día más
evidente que ya no responde a lo que una sociedad con participación social y
exigencias democráticas crecientes está necesitando.
Las
organizaciones con jerarquías muy verticales y centradas en el control, que
permiten mínimas interacciones entre individuos y grupos, que no dan autonomía
a sus miembros y se conducen conforme a un programa rígido más que de acuerdo a
una estrategia flexible son denominadas por el pensador francés Edgar Morin,
organizaciones de “baja complejidad” y tienden a irse anquilosando y muriendo
por su falta de vitalidad e innovación. Esta definición corresponde al tipo de
estructura de funcionamiento que sigue teniendo la SEP hasta nuestros días.
Por
el contrario, las organizaciones de alta complejidad, son organizaciones mucho
más horizontales, policéntricas –con muchos centros de decisión distribuidos y
no concentrados en un mando único-, con múltiples interacciones entre
individuos y grupos que las conforman, abiertas a la creatividad, con gran
autonomía de sus miembros y un funcionamiento orientado por estrategias
flexibles y adaptables a diversos contextos y situaciones. Este tipo de organizaciones
son las que requieren las sociedades democráticas y tienden a ser más difíciles
de dirigir pero mucho más vivas y productivas.
El
mejor regalo que podría hacerse a la SEP en este aniversario y con miras a su
próximo centenario es una reforma estructural profunda que la llevara de ser
una organización de baja complejidad a una de alta complejidad que responda a
las necesidades de nuestra sociedad en transición hacia la democracia y urgida
de calidad educativa como palanca hacia el desarrollo.
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